8 de abril de 2024

Breve historia de un secuestro

 


 Estábamos recogiendo el desayuno y preparando las mochilas cuando L. anunció que un amigo suyo del trabajo tenía una casa de pueblo por allí y que, si queríamos, nos invitaba a comer.

Aunque por educación no dijimos que no, creo que a ninguno de los tres nos apetecía ir: no conocíamos de nada al susodicho, y teníamos por delante una excursión de cinco horas. Aquello se zanjó con los típicos "ya veremos", "lo vamos viendo" y "Dios dirá".

Al acabar la excursión (14.45, con media hora de coche por delante, cansados y sin duchar), L. insistió en el tema. Tras unos instantes de silencio incómodo, me erigí en portavoz del sentir común e intenté abortar el plan: aquello no tenía sentido. Presentarnos a las 15.30 en casa de un matrimonio desconocido cuatro personas vestidas de deporte, sudadas y agotadas no tenía ni pies ni cabeza. "Vamos a casa. Nos duchamos. Comemos tranquilamente. Damos una cabezadita. Y si acaso nos pasamos a merendar".

Pero L. es cabezota, y su colega no cejó. "Dice que vayamos. Que no nos preocupemos por la ducha, que no piensa olernos al llegar. Y que ya tiene la mesa puesta".

Maldiciendo nuestra suerte y la tozudez de L. con escaso disimulo, pusimos rumbo hacia casa de su amigo

Pues bien, la comida fue maravillosa. Comimos en una terraza con unas vistas estupendas a la montaña. El matrimonio, de unos cincuenta largos, era encantador. Hospitalarios, campechanos -él con una camiseta negra de Speedy Gonzales, dato-, cultos, alegres, con conversación. Nos habían preparado un arroz con costillas suculento. Se habían acercado al horno a comprar unas cocas con anchoas y tomate. Abrieron dos o tres botellas de vino, una de mistela negra y otra de mistela blanca. L., totalmente desinhibido, agotó a dos carrillos las reservas de chocolate del municipio durante la sobremesa, plácida y distendida.

Serían las seis cuando muy a nuestro pesar tuvimos que arrancamos de allí, prometiendo volver pronto. De camino a casa -ducha, maletas, vuelta a Valencia y lunes en el horizonte-, mirando por la ventanilla, pensé que hay gente para todo. Y, sonriendo antes mis estériles esfuerzos por declinar esa "absurda" invitación,  agradecí de corazón que no todo el mundo sea como yo.

Si estás a tiempo, no vayas

 

Fue hará un par de años.

Me invitaron a una conferencia en la sede de una Congregación (lo que viene a ser un ministerio), después de la cual tendría lugar un paseo por los jardines vaticanos.

Los jardines no están mal. Las vistas de la cúpula de San Pedro desde el cogote, mucho más cerca que las que ofrece la Via de la Concilizaione, son realmente impresionantes. No en vano, son las que imaginó Miguel Ángel, en cuyo diseño original la basílica tenía planta de cruz griega. Más allá de estas vistas -y sin intentar refrescar mi memoria en Internet- del paseo recuerdo una fuente peculiar, el monasterio donde entonces vivía Benedicto XVI, un jardín francés cuidado y uno inglés más agreste, una torre redonda de ladrillo coronada de un tejado circular que me recuerda remotamente a la casa de Gargamel, un paseo que termina en una gruta reproducción de la de Lurdes, un helipuerto, una vía de tren muerta y varias esculturas de la Virgen "modernas" realmente espantosas. También recuerdo que durante el paseo -de una media hora-, nos cruzamos con cinco o seis jardineros y con nadie más.

Mi conclusión es que aquello no está mal, pero no es para tanto. Si antes de mi visita en mi imaginación los jardines vaticanos eran una especie de sancta sanctorum rodeado de un áurea de misterio y misticismo, un entorno medio élfico y medio angelical, al terminar el paseo pasaron a ser un jardín apañado y bastante desierto, así, sin más. Ni papas recogidos rezando el rosario, ni obispos circunspectos caminando despacio mirándose las puntas de los zapatos y cavilando sobre algún dogma, ni túmulos célebres con bustos de bronce y cagadas de pájaro. Ni cardenales jugando a la petanca, ni monseñores paseando al perro, ni tíos haciendo pompas gigantes, ni niños columpiándose ni jugando al balón, ni abuelos sentaos en bancos, ni parejas paseando de la mano.

La verdad es que no sé qué esperaba de los jardines vaticanos cuando acepté la invitación, pero tengo claro que nunca debí haber ido. Gané unas vistas preciosas del cuppulone, de acuerdo. Pero perdí algo infinitamente más valioso: un lugar encantado, un refugio de fantasía en mi imaginación. Pasan los años y me van quedando menos.

10 de marzo de 2024

Peldaños hacia la tumba

 

Uno se hace mayor poco a poco. Pero también hay rubicones, líneas rojas, señales descaradas que nos enfrentan a la evidencia de que ya no somos unos chavales y el sol comienza a darnos por la espalda.

Dejando a un lado dos o tres demasiado universales (cumplir 40, que te llamen "señor", volverte -todavía más- invisible para chicas guapas con las que te cruzas por la calle) aquí consigno algunas que he tenido que digerir en los últimos meses, cuyo zarpazo todavía escuece y amenazan con sumirme en una dulce melancolía: deshacerme de mis últimas botas de fútbol; descubrir que a pesar de resultarme visualmente atractivas, las gominolas cada vez me apetecen menos y me sientan peor; tener un "no" por defecto para los planes imprevistos, por muy buena pinta que tengan; sentir enojo ante el ruido y maldecir internamente a sus responsables; gastarme un ticket regalo de 60 pavos en un manual gris de Derecho administrativo. Y aquí va la última, que me asaltó por sorpresa hace solo unos días y me tiene muy pensativo: disfrutar de un plato de acelgas verde oscuro con taquitos de jamón y almendra picada que estaba, sencillamente, cojonudo.

 

26 de enero de 2024

Exámenes, necrológicas y fuentes de inspiración


Esta mañana, al ir a entregar su examen, una alumna no puede reprimir ligeros brincos de alborozo cuando avanza hacia mi mesa por el pasillo central del aula. En plan Heidi. Ha sido muy gracioso. Sin leer ni una sola palabra de sus respuestas le he puesto un 9. Se lo ha ganado.

Después de comer he subido a la intranet las notas de otro de los grupos. Como cada año, el examen era fácil y previsible. Pues bien, a los diez minutos tenía un mensaje en mi bandeja de entrada de una alumna sorprendida (y suspendida): "Me gustaría ir a la revisión. No entiendo lo que ha podido pasar", se lamentaba. "Pues yo empiezo a entenderlo", reflexiono. Si hubiera dando brinquitos... quién sabe.

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Ayer faltó J., de un infarto repentino. Al conocer la noticia he sentido agradecimiento y pena. De mis años en el CEU, le recuerdo como un compañero y un jefe cercano, trabajador -algo caótico, siempre un poco superado por pilas de papeles- y bonachón. Además, era relativamente joven. 58. Descanse en paz. Hoy ha salido una necrológica en la prensa. Parecía un currículum de la Aneca o la presentación de un conferenciante, llena de grados y cargos académicos, tesis doctorales, artículos y proyectos de investigación. Me ha dejado desolado.

Espero que si alguien se ve en la tesitura de escribir mi necrológica reduzca al máximo mis presuntos éxitos académicos y se centre en mis fracasos como hijo preferido, padrino dadivoso, guitarrista desenvuelto, tenista solvente, apóstol de las masas, tertuliano sugerente, blogero, conferenciante y escritor. Porque al final resulta, hay que joderse, que me gustaría que me recordasen precisamente por aquel sinfín de cosas que no terminan de dárseme bien.

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Leyendo los diarios de I. me sucede lo mismo que con aquella novela tan exitosa y tan mala que me recomendó V. Que los leo y pienso: esto puedo hacerlo yo mucho mejor. Veremos si me sirve de carrerilla para escribir más.

12 de enero de 2024

Una buena historia que contar

 

El sábado estuve en un vivero comprando plantas para la terraza. Cayeron un tomillo, una lavanda, una planta de hojas rojizas y -ojo al loro- un cactus.

Mientras acomodaba el tomillo en su tiesto -todavía tengo abono debajo de las uñas- me distraje un momento y me piché con el cactus. No le di importancia, pero dos minutos después tenía unas pequeñas ronchas y una docena de granos en el antebrazo. Puto cactus. Ya me pedirás agua, ya. 

Sin embargo, sutilmente, mi enfado trocó en secreta admiración, diría que hasta en un cierto orgullo típico de dueño, de padre primerizo. Eso es un cactus y lo demás son tonterías. Un buen cactus, como el mío, no es que pinche, es que pica. Muerde.

A la media hora, para mi decepción, en lugar de enconarse las ronchas y los granos fueron remitiendo, hasta desaparecer. Y me encontré -tersa la piel- deseando que ojalá los granos se hubieran puestos feos, morados. Que ojalá hubiera tenido que ir a urgencias con el brazo ya dormido a que un médico circunspecto experto en medicina tropical -"si hubieras llegado veinte minutos más tarde no habríamos podido hacer nada"- me pinchara en el glúteo un urbasón y me dejara medio cojo una semana.

Habrían sido días difíciles, qué duda cabe. Pero ahora tendría un arma secreta en la terraza y una buena historia que contar.

7 de enero de 2024

Pablo de Lora. Los derechos en broma

Los derechos en broma. Pablo de Lora. Ediciones Deusto. (253 p.)


 

La principal tesis del libro consiste en denunciar la deriva moralizadora que padecen los textos constitucionales y legales en las democracias liberales. Esta deriva adopta diferentes formas, que el autor va explicando en los primeros capítulos: normas poco “prescriptivas”, llenas de lecturas históricas y declaraciones e intenciones fundamentalmente huecas e ideológicamente sesgadas (capítulo 1); normas a la búsqueda de colectivos vulnerables y abusos históricos, a fin de crear ciudadanos victimizados e insatisfechos a los que posteriormente el Estado tratará de ayudar, justificando así su intervención (capítulo 2); inflación de derechos humanos o fundamentales, que se consideran por lo tanto innegociables (capítulo 3). En los capítulos 4 y 5 de Lora se ocupa de la difícil aplicación de estos catálogos de derechos, tratando respectivamente la ponderación entre derechos (capítulo 4), y el papel de los jueces constitucionales o del pueblo, mediante formas de participación directa, en la determinación de qué derechos deben prevalecer (capítulo 5).

El libro, en mi opinión, va de menos a más. Comienza de forma entretenida y brillante, criticando cómo la ley, antaño prescriptiva y austera, en el marco de una política hiperactiva y emotiva, se ha tornado un instrumento al servicio del relato, transformación que se percibe hasta lo hilarante en las Exposiciones de Motivos. El segundo capítulo, bajo el rótulo del Estado parvulario, explica bien cómo una de las ocupaciones favoritas de nuestros legisladores se ha convertido en buscar víctimas, insatisfechos y discriminados –cuando no directamente en crearlos- a fin de ofrecerles soluciones –siempre parciales- que legitimen una creciente intervención de los poderes públicos. El resto de capítulos, aun conteniendo intuiciones afiladas e interesantes, tiene menos cohesión. Son muchos los temas que se abren, tales como los derechos de los animales, la ecología, el aborto, la justicia constitucional, el nuevo constitucionalismo de tinte bolivariano, etc., y muy pocos los que se cierran de forma satisfactoria, siquiera con una propuesta aproximativa y sujeta a revisión.

La principal virtud de libro consiste en captar y explicitar de forma ingeniosa –basta leer el título de libro-  una progresiva degeneración de los instrumentos normativos que regulan la vida en común. Esta degeneración no es inocua, ni restringe sus perniciosos efectos al estrecho círculo de quienes nos dedicamos a estudiar esa legislación “santimonia”, sino que impacta negativamente en la vida social, en ocasiones de forma grave, como ha evidenciado recientemente el gatillazo de la ley del solo sí es sí. Se conoce que el marketing político y el sentimentalismo rampante de nuestras sociedades –poco a poco- son capaces de socavarlo todo, también las normas básicas que ordenan nuestra convivencia.

 

Aquí dejo algunas citas

Introducción

p. 17. Los preámbulos y los estatutos de autonomía han sido también un “semillero de excesos retóricos apenas contenidos” (…).

pp. 23 y ss. La legislación santimonia. Un tipo de normas que “son la derivada natural de un ejercicio infantilizado de la acción pública, una forma de hacer política que aborda los problemas a los que se enfrenta la sociedad contemporánea de manera maniquea, emocional, simplista, bajo la (también indisimulada) presuposición de que los ciudadanos tenemos que ser educados, guiados y concienciados, y no así persuadidos, interpelados o incluso molestados, es decir, tratados como adultos. Las exposiciones de motivos de esas piezas legislativas son un indicio elocuente de todo ello: majestuosidad programática en lenguaje de madera; y jabón, mucho jabón para los destinatarios de esas normas, a quienes se concibe más como párvulos necesitados de refuerzo positivo (tan propio de escuelas infantiles) que como agentes autónomos y racionales (…).

24 y 25. Otro proceso de extraordinaria relevancia: la tumoración del ideal de los derechos humanos (…). Con la conversión de prácticamente todas las demandas sociales en la vindicación de la efectiva garantía de un derecho humano se genera un odioso efecto de atoramiento de la deliberación pública (…).

Las razones de la ley

p. 39. Critica la aprobación de normas “cuyo contenido prescriptivo es escaso, y flota, un tanto indecorosamente, en un mar de proclamas ideológicas variopintas; de buenos propósitos” (…). En estas normas el “legislador aprovecha para imponer un cierto relato”.

Anatomía de un Estado parvulario

p. 90. Desde el Estado se busca víctimas y gente indefensa para luego ayudarles y apuntarse un tanto. Vivimos en un Estado social, democrático, dramático y dramatizado de derecho. “La desventura social se cocina desde los poderes públicos, se construye institucionalmente el agravio para, a continuación, desplegar un formidable aparato burocrático, en niveles administrativos diversos, que canaliza –aunque nunca resuelve del todo, y a veces ni siquiera parcialmente- las querellas de víctimas, ofendidos o insatisfechos en sus intereses o pretensiones”. El legislador (…) se siente bien consolando a la ciudadanía; no ya al que se encontraba previamente agraviado, sino al que ha ayudado en primer lugar a que pueda construirse y presentarse como tal.

Se inventan formas de violencia –contra la infancia, por ejemplo-. La red de pesca de la ley genera los peces “y con ello la perpetua insatisfacción que a su vez alimentará justificadamente el ejercicio del poder (o bien su conquista) para cambiarlo todo”.

El derecho y los derechos: un universo inflacionario

Bentham criticaba la Declaración de Derechos de 1789, llamando a esos derechos “nonsense upon stilts”, es decir, disparates sobre zancos.

Porqué se invocan tanto los derechos. P. 148. Cita a Liborio Hierro: “quienquiera que pretenda hoy que se tome en consideración alguno de sus deseos, que se garantice o proteja cualquiera de sus intereses o que se satisfaga laguna de sus necesidades, hará bien en formular tales pretensiones como el necesario cumplimiento de un derecho humano antes que embarcarse en la mucho más gravosa empresa de justificar suficientemente que sus deseos, intereses o necesidades deben alcanzar tal prioridad, y que debe ser desplegado el correlativo haz de obligaciones que a todos, y en especial al Estado, incumbirá. Parece como si al calificar ese deseo, ese interés o esa necesidad como un derecho uno quedas automáticamente exento de tener que demostrar su exigibilidad. Se produce una especie de ecuación semántica: es mi derecho, luego debe ser respetado o satisfecho”. Es como cuando los niños dicen “casa” en el juego del pilla pilla.

Señala Ignatieff: reivindicar un derecho implica hacerlo innegociable (…), la transacción no es facilitada cuando se usa el lenguaje de los derechos.

El peso de los derechos: ponderando la ponderación

153. Los derechos fundamentales “operan como cartas de triunfo, es decir, impiden que consideraciones basadas en el bienestar colectivo puedan servir como justificación del sacrificio de los intereses o necesidades básicas de los individuos”.

Constitución, populismo y democracia

Cuántos derechos se reconocen en las Constituciones: en 2015, el promedio era de 50. Venezuela encabeza el ranking, con 82 derechos. Angola tiene 80, Zimbabue, 74. Países Bajos, 26; Dinamarca, 21, y Australia, 11. Son datos elocuentes.

Cierta decepción tras ciertas constituciones (cita a Corina Yturbe): “la magia constitucional es la hermana gemela del desencanto: era muy difícil que la decepción no sobreviniera. Las invocaciones legales, esos conjuros cívicos llamados constituciones, tenían claras limitaciones; no podían transformar la economía o la sociedad de las naciones por sí solas.

 

31 de diciembre de 2023

Simone Weil. La memoria de los oprimidos

 

Simone Weil. La memoria de los oprimidos.

Emilia Bea, Ediciones Encuentro, 1992 (286 pp.)

Como Jiménez Lozano guarda muchas complicidades con Simone Weil, llevaba un tiempo con ganas de conocer más a esta filósofa francesa. Por circunstancias que no vienen al caso ha caído en mis manos una biografía filosófica de Weil, que me ha servido como primera toma de contacto con ella. Aquí dejo la idea general que de ella me he formado.

Simone Weil nace en Francia, en una familia de raíces judías pero bastante secularizada. Su hermano mayor es un matemático brillante, lo que lleva a Simone adolescente a una crisis vital, ya que comprende que nunca será capaz de alcanzar las cuotas de conocimiento y verdad de su hermano, lo que le lleva a considerar la posibilidad de suicidarse. Sin embargo, pronto entiende que cualquier ser humano, si presta la debida atención a lo que le rodea, puede conocer las más altas verdades del mundo y de la vida. Esta extraña vivencia juvenil refleja bien el carácter de Weil: una persona enamorada de la Verdad y del conocimiento, extremadamente sensible y muy auténtica.

A continuación compendio brevemente algunos hitos de su breve biografía (apenas 34 años). Estudia filosofía. Tiene profundas filias marxistas, aunque no formará parte del partido comunista y desde muy pronto desconfiará de la “escatología revolucionaria”. Da clase de filosofía. Durante un año deja su empleo para trabajar en una fábrica (creo que de la Renault) a fin de entender cuál es la situación real de los obreros. En 1936 viene a España a luchar en las brigadas internacionales, aunque su estancia resulta muy breve por un accidente que sufre, que le obliga a volver a Francia. Lo que ve en el frente le produce una honda impresión. En los últimos años de su vida experimenta una conversión de carácter místico que le acerca al cristianismo, aunque decide no bautizarse para estar al lado de quienes están fuera de la Iglesia. En la segunda guerra mundial se ve obligada a abandonar París. Reside un tiempo en el sur de Francia. Tras un viaje a los Estados Unidos con sus padres, vuelve a Londres, ya que no quiere estar lejos de su patria. Durante los últimos meses de su vida se niega a comer más de lo que comen racionadamente en Francia y suele dormir en el suelo, para solidarizarse con los soldados del frente. Allí fallece de tuberculosis en 1943.

Weil fue una filósofa apasionada y comprometida, radicalmente honesta, que siempre procuró vivir de forma coherente con sus ideas. Su querencia hacia los desfavorecidos, los pobres y los humildes le dan un inconfundible aire de familia con Jiménez Lozano.

En cuanto a las ideas de Weil que me han resultado más interesantes, apunto las siguientes.

1. Importancia de la atención. Tras su crisis juvenil, Weil llega a la convicción de que quien mira a la realidad, quien atiende a ella, termina conociendo la verdad. En uno de los ensayos finales de su vida, sobre la educación, afirma que la misión más importante de un profesor es la de enseñar la atención.

2. Importancia del trabajo. Weil piensa que la deshumanización y alienación de los trabajadores de la sociedad moderna tiene que ver con la escisión que éstos experimentan entre su trabajo y el producto final del mismo. El trabajador moderno, en una fábrica, no conoce el proceso de producción ni puede recrearse del fruto de su trabajo. En este sentido, durante toda su vida Weil reivindica la educación de los trabajadores y una espiritualidad del trabajo, a través de la cual el trabajador pueda percibir la belleza del mundo, desarrollar su creatividad y comprometerse con la mejora de la sociedad.

3. Al lado de los oprimidos. Toda la vida de Weil está marcada por su voluntad de estar al lado de los oprimidos, de los pobres. En este sentido, reivindica el arte románico como la época de esplendor de Occidente: un arte humilde, pobre, sencillo. Frente al vencedor y el poderoso, Weil se posiciona siempre al lado del perdedor y del humilde. En el cristianismo –particularmente en la figura de Cristo y en la Eucaristía- Weil descubre que Dios también renuncia a su poder de forma absoluta. Dios no se comunica, no se impone, no abusa, sino que en su ausencia invita al hombre a buscarle, a esperarle. Esa ausencia de Dios es la manifestación más potente de su amor, ya que implica su renuncia a ejercer ningún poder sobre nosotros. Weil se planteó la posibilidad de bautizarse, pero prefirió quedarse en el umbral, del lado de aquellos “desgraciados” que no conocen a Cristo y no pertenecen a la Iglesia.

4. El enraizamiento. La sociedad moderna desenraiza al ser humano. El afán de productividad, la beligerancia, el desprecio a la tradición… todo lleva al ser humano a una profunda soledad. Frente a ella, Weil señala como la primera necesidad del hombre el recuperar sus raíces: su amor a la naturaleza, a la obra de sus manos, su atención a Dios, su conciencia de la propia historia y la tradición.

 

Aquí van algunas citas sueltas de libro. Casi ninguna es propia de Simone Weil.

18. Revolución como opio del pueblo. En este sentido, pueden entenderse las reflexiones de Weil sobre la revolución como auténtico opio del pueblo, y en general su desconfianza hacia las grandes palabras que aseguran un futuro de libertad e igualdad pero que hipnotizan y dispensa de pensar en las circunstancias estructurales y existenciales que cotidianamente impiden la emancipación humana.

p. 37. La sociedad se funda en un contrato anti-social. En la perspectiva alainiana sólo el pensamiento individual puede resistir a la tiranía de la opinión colectiva; el individuo contra el cuerpo colectivo es el eterno combate, el fundamento de la democracia.

p. 38. Alain propugna un modelo de sociedad descentralizada, basada en una organización del trabajo de tipo artesanal y campesino, que atienda a la satisfacción de las necesidades elementales, en una especie de “democracia frugal, rústica, enemiga del lujo, del derroche y de la rapidez”…

p. 53. Weil visita la Alemania nacional-socialista. “Su impresión inmediata de la vida cotidiana del pueblo alemán es la de que “el margen que separa lo privado de lo público tiende a reducirse al mínimo, y que no hay problema personal que no se plantee también en términos políticos”. Es la nota evidente del régimen totalitario que se avecina.

p. 70. Falta de sentido en el trabajo. Nadie conoce la finalidad y la naturaleza de lo que se fabrica; no se puede tener conciencia de la obra acabada. Se borra así el carácter personal del trabajo y la posibilidad del trabajador de vivirlo como una actividad creadora.

p. 83. Crítica de la velocidad. “Simone Weil habla constantemente de la obsesión por la velocidad, por acelerar el ritmo de las acciones para responder a los imperativos de la producción, que exigen el mayor rendimiento lo más rápidamente posible. El tiempo es valorado en términos exclusivamente económicos con una indiferencia absoluta hacia la dimensión lúdica y contemplativa de la existencia”.

p. 90. Critica la “escatología revolucionaria” que hace de la confianza en la revolución un auténtico opio para el pueblo.

p. 99. Resistir al estatalismo. “Así, dado que el Estado no es más que un poder voraz sin otra ley que la de su propio desarrollo, hay al menos que resistirle si no se puede disolver. Una vida social y profundamente diferenciada del Estado debe crear ese límite al poder estatal”. (…) “La búsqueda de una cultura que el trabajador pueda sentir como propia, con la creación de un tejido social de resistencia y límite al poder, es el gran reto de toda la evolución de S. Weil, desde su obrerismo inicial hasta sus reflexiones sobre el trabajo manual como medio de contemplación de la belleza del mundo, que le llevarán a desear “una civilización constituida por una espiritualización del trabajo que sería el más alto grado de arraigo del hombre en el universo”.

p. 160. Lo pequeño, los vencidos. Weil “pretende superar una visión dominante de la historia que la identifica con la historia de los vencedores, de los poderosos, que desprecia todo aquello que por rehusar la fuerza ha acabado por sucumbir” (…) La idea central de su obra sobre el enraizamiento es la oposición entre una falsa concepción de la grandeza –la que confunde lo grandioso con lo grande, con lo potente- y una concepción auténtica de la grandeza, que se fija en lo sencillo, lo puro, lo escondido, y que nunca ha sido tenida en cuenta por los historiadores.

161. Es mejor conocer la historia de la gracia más que la de la gravedad.

p. 162. GRACIA Y GREVEDAD; BARBARIE Y ARRAIGO. “Hay pues, en efecto, dos historias mezcladas en un mismo transcurso del tiempo, pero dos historias en la que una, “la historia de la fuerza”, es infinitamente más visible aquí abajo, que la otra, que es “la historia de la gracia”… Comprender el sentido de la historicidad será, por tanto, buscar que, más allá del espectáculo de la fuerza, se revele una historia frecuentemente escondida y poco aparente, per que es la “única historia que cuenta”, la hisotira de los pueblos y las civilizaciones que están abiertos a la gracia, se han dejado irrigar por ella y han extraído de ella sus actos creativos”.

Habla del románico como del verdadero renacimiento.

Cercanía con los dioses griegos y el paganismo. P. 181. Hay un valor del paganismo, como percepción de la dimensión simbólica y sacral del cosmos, al que Weil fue profunda y legítimamente sensible, y que temía ver destruido irreparablemente por la civilización moderna y técnica. (Cita de Danielou).

Alerta contra la desacralización.

p. 197. La esencia de una civilización cristiana es la penetración mutua de lo religioso y lo profano, huyendo de dos idolatrías: la que diviniza el poder (laicismo) y aquella en que la religión toma el poder (clericalismo).

200. La privatización de la religión y la conciencia tiene consecuencias funestas: el Estado se convierte en la única instancia de referencia. “Convertido en la única exterioridad que permite a los individuos afirmar algo que sea común a la totalidad de la sociedad, el Estado se impone como único objeto de fidelidad”. “En la sociedad secular moderna, la política llega a ser el único lugar público y colectivo en que la sociedad expresa su búsqueda de una (o de la) verdad social e histórica”.

214. Con Platón, Weil considera que “el conocimiento auténtico de la realidad solo es posible a través de la conversión”. Esta intuición “supone la primacía del amor sobre la inteligencia”.

216. Dios abdica, renuncia a imponerse. Weil postula una actitud vital en la que la humildad y la gratitud adquieren un protagonismo incomprensible desde el prisma occidental, pues nuestro mundo ha olvidado que “lo bienes más preciosos no deben ser buscados sino esperados”.

225. En este mundo la verdad es una suplicante muda.

230 y ss. Dos formas de encontrar a Dios. El trato con los desheredados y la contemplación de la belleza. “Las últimas consideraciones weilianas sobre el trabajo, la técnica y la ciencia, arrancan de este punto de partida fundamental, pues la voluntad de poder y el afán de lucro, dominantes en el “desencantado” mundo del progreso técnico, dejan poco lugar al contacto fruitivo, espiritual y desinteresado con la naturaleza.

239. “El predominio de los criterios de utilidad y de eficacia atenta contra la dimensión de la gratuidad en la que pueden articularse la búsqueda de la Belleza, del Bien y de la Verdad”.

249. Al final de su vida habla del arraigo: necesidad humana especialmente olvidada en la modernidad.

250. No tenemos otra vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos, asimilados, recreados por nosotros. De todas las necesidades del alma humana, no hay ninguna más vital que el pasado.

257 y 258. Esta pérdida de la memoria histórica (…) es un elemento característico de nuestra civilización, especialmente agudizado bajo regímenes totalitarios, donde el Estado recaba para sí la máxima fidelidad y niega toda realidad a otras comunidades territoriales de mayor o menor extensión y a cualquier comunidad humana que pretenda limitar su poder omnímodo. Como es sabido, frecuentemente los teóricos del totalitarismo señalan entre sus rasgos definitorios la destrucción de las entidades intermedias entre individuo y Estado, llevada a cabo para impedir que la sociedad pueda estructurarse más allá de las coordenadas estatales”.

259. “La denuncia de este proceso de centralización y uniformización crecientes denota una cierta nostalgia de la sociedad medieval, en cuanto grupos sociales diversos, como la aldea, región, familia o corporación que contenían su propio código de fidelidades y eran ejes de la vida política, económica y cultural”.

264. La educación es, ante todo, formación de la atención.

285. Civilización del trabajo. Párrafo largo pero interesante: “La creación de una civilización del trabajo es el gran reto del hombre contemporáneo. Las palabras de S. Weil son una vez insustituibles: “nuestra época tiene por misión propia, por vocación, el constrituri una civilización fundada en la espiritualidad del trabajo. (…) Esta vocación es lo único suficientemente grande para proponer a los pueblos en lugar del ídolo totalitario… Una civilización constituida por una espiritualidad del trabajo sería el más alto grado de arraigo del hombre en el universo, y, por tanto, lo opuesto al estado en que nos encontramos que consiste en un desarraigo casi total”.

 

Durante la lectura del libro aproveché para leer un par de artículos sobre Weil. En uno sobre la atención pesqué las siguientes citas:

“Aunque hoy parezca ignorarse, la formación de la facultad de atención es el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios”

“siempre que un ser humano realiza un esfuerzo de atención con el único propósito de llegar a ser más capaz de captar la verdad, adquiere esta aptitud más grande, aun cuando su esfuerzo no haya dado frutos visibles

ATENCIÓN, DESEO, ALEGRÍA. Y explica que la atención no consiste en ningún esfuerzo muscular o físico, que es el que se lleva a cabo en muchos casos cuando se cree estar prestando atención; tal esfuerzo resulta estéril, pues da la impresión de que se ha trabajado, y en realidad es la voluntad la que realiza ese esfuerzo, que lleva a “apretar los dientes”; la voluntad –escribe Simone Weil− es el arma del aprendiz en el trabajo manual, pero no sucede lo mismo en el trabajo intelectual, ya que para la filósofa “la inteligencia no puede ser movida más que por el deseo”. Y para que haya deseo se precisa alegría, que tiene que ver eminentemente con la realidad: “La alegría es el sentimiento de la realidad”20, escribe en sus notas. Y en el texto que nos ocupa: “La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como la respiración para el atleta

13 de octubre de 2023

Recordar lo importante


Tomando el aperitivo con un matrimonio amigo, me hablan de una boda curiosa a la que han asistido hace poco.

- ¿Os aburristeis mucho? -pregunté en un momento dado, cuando iban a contarme algo que había sucedido durante la comida.

-¡Qué va! -respondió él.- Nosotros cuando vamos juntos nunca nos aburrimos.

Lo dijo como lo más natural del mundo, y continuó con la anécdota del banquete. El 98% de mi cerebro siguió el curso de la conversación. Pero el 2% se quedó atrapado en ese comentario, que se me ha grabado por ahí dentro en alguna sinapsis neuronal, asociado a la sonrisa cómplice de mis amigos.

Y ahora lo apunto aquí en previsión de que la sinapsis se me diluya. De la anécdota del banquete, por supuesto, no recuerdo absolutamente nada. Al lado de un comentario tan memorable carecía de cualquier interés.

7 de octubre de 2023

Saber qué es lo importante


 El viernes pasado estuve en la graduación de un grupo de estudiantes. La ceremonia me gustó, dentro de un orden. La liturgia laica que estructuró el acto no fue larga, hortera ni pretenciosa. Los discursos -bastante previsibles, por supuesto-, fueron razonablemente breves. Se notaba que el decanato había puesto delicadeza y cariño en la preparación de cada detalle. Y los chicos y sus familias estaban encantados. En fin, que el acto fue como un destello de lo que puede ser una comunidad universitaria. Más vale tarde que nunca.

Pero bueno, al grano. Justo antes de llamar a cada estudiante para imponerle su beca, la conductora del acto pronunció una frase parecida a esta: "Ahora llega el momento más esperado y emotivo de la ceremonia. El momento en el que escucharéis las palabras más emocionantes de esta tarde: vuestro nombre. Cuando os llamemos, podéis subir al escenario para que se os imponga la beca".

La afirmación me sorprendió bastante. De ser cierta, habría que concluir que lanzamos al mundo a un atajo de narcisistas, para quienes lo más importante del mundo son ellos mismos. Habrá quien se emocionase enormemente al escuchar su nombre, no hay duda. Pero prefiero pensar que la mayoría se emocionó más al verse sentado por última vez con todos sus compañeros; al escuchar el "Veni creator" del comienzo del acto, en el que invocamos nada menos que al Espíritu Santo; al escuchar a su delegado recordar los momentos pasados juntos, o al padrino de la promoción desearle lo mejor para los primeros pasos de vida profesional; al abrazar a sus padres al final del acto; o al brindar con los amigos en la cena de después.

El propio nombre es importante, claro. Pero quien piense que su nombre y apellidos son las palabras más emocionantes del universo muy posiblemente sea un bobo y un ególatra. A la universidad vamos a abrirnos al mundo y a los demás. A hacer nuestras sus preocupaciones y prepararnos para poder servirles. No estaría mal recordar esto a los estudiantes de vez en cuando. También, por supuesto, en el acto académico de su despedida. Más vale tarde que nunca.

16 de septiembre de 2023

De geranios y elefantes

 

Estos días releo un libro de Jiménez Lozano con un señalador que compré en el MNAC: El balancín, de Torné Esquius. Por encima de las páginas asoman la contraventana azul y el jarrón con los geranios, y es una alegría mirarlos de vez en cuando. Es como tenerlos delante, pero mejor, porque puedes llevarlos a todas partes y siempre tienen buena luz.

Pensando la compañía que me vienen haciendo, recordé esa historia que cuenta el propio Jiménez Lozano, en la que Abraham regala cuatro cabritillas a un príncipe de oriente y éste le promete a cambio un elefante. Unos días después,el príncipe hace entrega a Abraham, muy solemnemente, de un poema en el que uno de sus sabios ha descrito al elefante, y no termina de entender la decepción del patriarca, cuando para el príncipe es mucho mejor tener el elefante en el poema, debidamente encadenado y disponible, y no un elefante de carne y hueso, mucho más caprichoso y contingente. Porque el elefante en el poema -si el escritor es bueno, claro está- está mucho más presente que barritando y zascandileando por ahí. 

Y eso es lo que sucede también con mis geranios.